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Ser vulnerable te hará más fuerte
Parece
una total contradicción pero no lo es. Todos, sin excepción,
tenemos carencias, debilidades, miedos o inseguridades, y quien
niegue esta frase está queriendo creerse una imagen de sí mismo
poco acertada. Desconfiamos de aquellos que se nos presentan como “un
seguro a todo riesgo” que cubren cualquier situación sin fisuras,
o de los que tienen respuestas para todo y viven a golpe de
certezas. Hoy
en la sociedad impera dar una “imagen de escaparate perfecto”, lo
que nos ha llevado a un callejón extraño en el que aceptar una
debilidad personal o laboral es una señal de derrota,
decepción, o motivo de mofa por los demás. Es imposible cambiar la
sociedad de repente, pero sí podemos hacerlo dentro de nosotros,
modificar esos parámetros y sobrevolar ese paisaje ficticio en el
que nos movemos siempre con una coraza. Solo así podremos aprender,
unir lazos y hacernos más fuertes gracias, quién lo diría, a
nuestros puntos débiles o, más bien, a la aceptación sin complejos
de ellos, de lo que nos hace vulnerables.
No
se trata de vivir cada día con el pañuelo e ir contando nuestras
penas al primero que se cruza. Se trata de encontrar un
equilibrio. Sacar
pecho y mostrarse segura o seguro cuando dominamos algo, cuando
navegamos entre fortalezas es también positivo, por supuesto que lo
es. Si somos buenos en algo, demostrémoslo. Aunque no nos engañemos,
no somos buenos en todo (¡y menos mal!). No
hay nadie que no haya tenido miedo de no estar a la altura en un
momento determinado de su vida o a ser rechazado,
solo que nos da mucha vergüenza reconocerlo por pavor a ser atacados
por esa zona... incluso a veces nos cuesta aceptarlo a nosotros
mismos. En ocasiones, la imagen de escaparate perfecto también se
vive hacia dentro.
¿Cuántas
veces no nos hemos atrevido a levantar la mano en clase o en el
trabajo para decir que no entendíamos algo y, cuando un compañero
lo ha hecho, lo hemos agradecido en silencio? Pensar que esa persona
ha sabido gestionar su vulnerabilidad, por pequeña que sea, no le
hace más débil, sino todo lo contrario. Porque no lo olvidemos, lo
contrario de vulnerabilidad no es fortaleza, sino dureza… incluida
de alma y de emociones,
como demostró Brené Brown, investigadora de la Universidad de
Houston y de la que hemos hablado en alguna ocasión.
Si nos endurecemos para no sentir el dolor, también lo hacemos para
no sentir el amor y la parte amable de la vida.
Ser
vulnerable es aplicable incluso a un aspecto laboral que parecía
estar en las antípodas: el liderazgo. A este respecto, el CEO de
Starbucks, Howard Schultz asume que “lo
más difícil de ser un líder es mostrar vulnerabilidad. Cuando el
líder demuestra vulnerabilidad y sensibilidad y une a las personas,
el equipo gana".
Y esto sucede no solo en entornos laborales, sino en situaciones bien
difíciles, como describe Ori
Brafman.
Brafman
narra la historia de un negociador de rehenes en una situación
límite. El secuestrador, rodeado y sin salida, mostraba un pánico
absoluto a ser capturado, por lo que la escena era tan complicada que
parecía abocada a una masacre. El negociador, lejos de mostrar su
cara más dura o su seguridad aplastante a lo Clint Eastwood, habló
durante 15 horas con el secuestrador. Y encontró un punto de
encuentro sorprendente. Ambos acabaron compartiendo el dolor que les
producía la reciente muerte de sus madres, lograron conectar a
través de una debilidad, lo que les unió y consiguió desenredar
una situación límite que acabó en un abrazo entre ambos. Eso
ocurrió antes de ser detenido, eso sí, porque la vulnerabilidad te
puede ayudar, pero no te libra de la cárcel.
En
definitiva, aunque la sociedad nos venda la imagen de
imbatibles, nuestro
camino para la felicidad consiste en aceptarnos y abrazarnos a
nosotros mismos en la totalidad de lo que somos: Fuertes y
vulnerables, al mismo tiempo.
Por: Pilar
Jericó
15 mar 2015
¿Por qué la justificación te hace infeliz?
Nos
pasamos media vida dando argumentos para justificar
nuestras acciones:
lo que hacemos mal, lo que hacemos bien, lo que hacemos sin pensar,
incluso lo que hacemos habiéndolo meditado mucho. Necesitamos
demostrar a los demás (o a nosotros mismos) que lo que hemos hecho
tiene un motivo racional y lógico, lo cual lo convierte en correcto
(aparentemente).
Pero
si te paras a pensar, te darás cuenta que la
mayoría de cosas a las que intentas encontrar una justificación,
por definición no la tienen porque
han sido fruto de un impulso o una emoción, ya que nos movemos
básicamente a través de nuestros sentimientos, de lo que nos
apetece, de lo que nos llama la atención, de lo que nos llena o nos
hace palpitar el corazón. Entonces, ¿por qué nos justificamos con
largas y complicadas explicaciones?
1. Porque queremos evitar que los demás nos juzguen negativamente.
“He
actuado así por esto, por lo otro y por lo de más allá“.
Somos capaces de crear un hilo de pensamiento totalmente coherente
para explicar a otra persona el por qué de nuestras actuaciones
simplemente porque no queremos que piensen que somos egoístas,
traidores, mala gente, orgullosos, injustos o que se nos ha ido la
olla. No nos gusta que las personas de nuestro alrededor tengan una
impresión sobre nosotros que diste de la que queremos que tengan y
por ello ponemos todo nuestro empeño en explicar ciertas cosas que
podrían romper nuestra imagen perfecta.
2. Porque pretendemos disfrazar un sentimiento que no aceptamos o que creemos que los demás no aceptarán.
“Hago
todas estas cosas por amistad, no porque sienta algo hacia esta
persona“.
A veces no queremos reconocer algo que se escapa a nuestro control y
que no nos parece bien, no estamos dispuestos a aceptar o nos da la
impresión de que tendrá una mala aceptación por parte de los
demás. Eso hace que nos empeñemos en justificar las acciones que
podrían ser un indicativo de todo ello porque así tenemos la falsa
sensación de que nos hemos librado de ello, al menos por un tiempo.
Funciona del mismo modo que un parche.
3. Porque queremos exculparnos sobre algo que sabemos que hemos hecho mal.
“No te he contado nada sobre X porque no quería molestarte con mis problemas“. Aceptémoslo, todos cometemos errores, pero a veces nos rebanamos la cabeza para encontrar aquella frase perfecta que nos podría hacer salir impunes de ello porque no queremos reconocerlos. Saber que podemos dar con esa fórmula que junte las palabras adecuadas en el orden correcto, nos gusta, no nos engañemos. ¿Quién no ha intentado alguna vez inventarse patrañas para sacarse un marrón de encima? Pero abusar de ello nos puede llevar a caer en una red de justificaciones que nos abrasará vivos.4. Porque queremos evitar realizar algo que nos da miedo.
“No
creo que ahora sea el momento de iniciar ese proyecto que tanta
ilusión me hace porque el país sigue en crisis“.
Todos tenemos sueños, inquietudes e ilusiones que nuestros miedos se
encargarán de destruir sin piedad. ¿Cuál es su mejor arma? La
justificación, que les permite meternos ideas en la cabeza como “no
es un buen momento”, “no estoy preparado”, “no tengo lo que
me hace falta” y eso hace que nos olvidemos de ello o lo
pospongamos hasta la saciedad.
¿Por qué la justificación te hace infeliz?
Porque te obliga
a preocuparte en exceso por el qué dirán, te proporciona excusas
para no lidiar con lo que sientes, te anima a pasar por alto tus
errores y da alas a tus miedos.
La justificación
es un lobo con piel de cordero que irá tejiendo una red de
preocupaciones, mentiras, coartadas y pretextos en tu cerebro, así
que coge unas tijeras y córtala de cuajo.
De Silvia Llop.
Gracias a nuestro comentarista anónimo por orientarnos sobre la autoría de este texto.
Gracias a nuestro comentarista anónimo por orientarnos sobre la autoría de este texto.
7 mar 2015
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